Mi isla es un sitio de contrastes. En cuestión de semanas (por no decir días) pasamos del desenfreno total, coches por doquier, turistas hasta debajo de las rocas, ruido y bullicio a la tranquilidad suprema.
Todo tiene sus pros y contras, claro está. En verano la isla está en total ebullición, los comercios están todos abiertos y se respira un ambiente de diversión y vacaciones constante. Eso es de agradecer, más en mi caso que coincide con mis vacaciones estivales (aunque he de decir que no las aprovecho como podría).
Ahora todo es calma. Vas por la calle y te cruzas con la gente de siempre, paseas por la costa y el color del mar ha cambiado, los hoteles han pintado con pintura blanca sus cristales y en los balcones no cuelgan banderas británicas, ni toallas.
Quizá para muchos si vinieran a visitar la isla ahora se aburrirían. Las discotecas han cerrado, de los restaurantes y bares quedarán menos de la mitad en funcionamiento. Buses... pocos, los mínimos. Y playa, lógicamente, ya no es el tiempo (aunque este año la climatología esté algo loca).
Esté como esté, este es un lugar fantástico para vivir, aunque haya mucha gente que se queje. Los precios son altos, las viviendas caras, salir de la isla cuesta mucho, faltan facilidades, no tenemos buen servicio de transporte público, no hay grandes cadenas de comercios,.... Pero qué más da. Si esto no fuera así, no tendría el encanto que tiene.
Me preguntan a menudo que qué se puede hacer en Ibiza en invierno. Mi respuesta es disfrutar de la isla de la forma que muchos en verano ni siquiera intentan, más allá de discotecas y playas. De sus paisajes y su cultura, de su gastronomía y su gente. Por ahora, los únicos que lo hacen son los del Inserso, espero que eso cambie en el futuro.
Todo tiene sus pros y contras, claro está. En verano la isla está en total ebullición, los comercios están todos abiertos y se respira un ambiente de diversión y vacaciones constante. Eso es de agradecer, más en mi caso que coincide con mis vacaciones estivales (aunque he de decir que no las aprovecho como podría).
Ahora todo es calma. Vas por la calle y te cruzas con la gente de siempre, paseas por la costa y el color del mar ha cambiado, los hoteles han pintado con pintura blanca sus cristales y en los balcones no cuelgan banderas británicas, ni toallas.
Quizá para muchos si vinieran a visitar la isla ahora se aburrirían. Las discotecas han cerrado, de los restaurantes y bares quedarán menos de la mitad en funcionamiento. Buses... pocos, los mínimos. Y playa, lógicamente, ya no es el tiempo (aunque este año la climatología esté algo loca).
Esté como esté, este es un lugar fantástico para vivir, aunque haya mucha gente que se queje. Los precios son altos, las viviendas caras, salir de la isla cuesta mucho, faltan facilidades, no tenemos buen servicio de transporte público, no hay grandes cadenas de comercios,.... Pero qué más da. Si esto no fuera así, no tendría el encanto que tiene.
Me preguntan a menudo que qué se puede hacer en Ibiza en invierno. Mi respuesta es disfrutar de la isla de la forma que muchos en verano ni siquiera intentan, más allá de discotecas y playas. De sus paisajes y su cultura, de su gastronomía y su gente. Por ahora, los únicos que lo hacen son los del Inserso, espero que eso cambie en el futuro.