No soy de los que van contando su vida a los cuatro vientos. Pero para aquellos que me conozcan menos les pondré al día. Nací en Ibiza pero mis padres no son de aquí. Son de esa generación de andaluces que salió fuera de su tierra a buscar el trabajo que en aquellos momentos faltaba allí. Y aunque mi sangre sea 100% andaluza yo no me siento para nada de allí. Sé que habrá gente que me lo critique pero supongo que es lo lógico, al menos así lo siento yo. Aunque claro, para la gente de Ibiza tampoco soy ibicenco. Conclusión, no soy ni de allí ni de aquí.
Me gusta mi isla, me gusta la gente de mi isla, sus costumbres, su lengua, su forma de ser. Y creo que eso lo notan porque de siempre me han respetado. Es algo que mis padres me han inculcado de siempre. Por eso odio a esos hijos de inmigrantes que ya han nacido aquí pero que no sienten esta tierra para nada suya. Todo lo contrario, la critican, cuando no han conocido otra cosa más que esto. Todo es cuestión de educación.
Cada Navidad suelo ir de viaje al pueblo de mis padres. El Puerto de la Encina (mi amigo Victor la llama La aldea del Arce porque nunca consigue acordarse de su nombre real), una pequeña pedanía de unos 300 habitantes, a 15 km de Osuna, centro del municipio. Ese pueblo es el lugar donde mis padres nacieron y se criaron. Y para ellos está lleno de recuerdos. Aun está allí mi abuela paterna y, lógicamente, el 70% del pueblecito es familia.
A 2 km de El Puerto, como le llamamos familiarmente, está Rejano, el cortijo de la familia de mi padre, donde vivieron hasta hace unos años, cuando mis abuelos se hicieron mayores y prefirieron irse a vivir a casa de mis tíos. Como si se tratara de una peregrinación cada año me acerco al cortijo, el cual mi abuela mantiene como el primer día que se fue de él. Lo encala, lo limpia, lo cuida... para ella aquella ha sido siempre su casa. Y aun con sus 78 años recorre cada día el camino de tierra que lleva a él para alimentar a las gallinas y abrir las ventanas de su casa. Ese lugar es maravilloso. Es la paz total. Recuerdo cuando de pequeño dormía allí, en un enorme colchón relleno de no se muy bien que (trigo? semillas? tendré que preguntarlo); veíamos una tele en blanco y negro de esas de batería (como la de los coches, con sus pinzas y todo); mi abuela mataba un pollo especialmente para mi, hacía sopa con él y era gloria bendita (yo le llamaba pollo de verdad, y es que os aseguro que eso no sabe como el pollo del Eroski).
No sé si en el futuro ese cortijo caerá en manos de mi padre, en manos de algún hermano suyo o simplemente caerá... Pero si por mi fuera se mantendría en pie, es memoria de lo que ha sido mi familia y memoria de lo que ha sido esa tierra de olivos, cultivos y esfuerzo por mejorar.
Si alguien visita Sevilla, Rejano y El puerto de la Encina están a unos 80 km de la capital. Y si no os moveis de la capital podeis ir al Bar Rejano que es de mi tío y le deciis que os han hablado del lugar donde nació.
Me gusta mi isla, me gusta la gente de mi isla, sus costumbres, su lengua, su forma de ser. Y creo que eso lo notan porque de siempre me han respetado. Es algo que mis padres me han inculcado de siempre. Por eso odio a esos hijos de inmigrantes que ya han nacido aquí pero que no sienten esta tierra para nada suya. Todo lo contrario, la critican, cuando no han conocido otra cosa más que esto. Todo es cuestión de educación.
Cada Navidad suelo ir de viaje al pueblo de mis padres. El Puerto de la Encina (mi amigo Victor la llama La aldea del Arce porque nunca consigue acordarse de su nombre real), una pequeña pedanía de unos 300 habitantes, a 15 km de Osuna, centro del municipio. Ese pueblo es el lugar donde mis padres nacieron y se criaron. Y para ellos está lleno de recuerdos. Aun está allí mi abuela paterna y, lógicamente, el 70% del pueblecito es familia.
A 2 km de El Puerto, como le llamamos familiarmente, está Rejano, el cortijo de la familia de mi padre, donde vivieron hasta hace unos años, cuando mis abuelos se hicieron mayores y prefirieron irse a vivir a casa de mis tíos. Como si se tratara de una peregrinación cada año me acerco al cortijo, el cual mi abuela mantiene como el primer día que se fue de él. Lo encala, lo limpia, lo cuida... para ella aquella ha sido siempre su casa. Y aun con sus 78 años recorre cada día el camino de tierra que lleva a él para alimentar a las gallinas y abrir las ventanas de su casa. Ese lugar es maravilloso. Es la paz total. Recuerdo cuando de pequeño dormía allí, en un enorme colchón relleno de no se muy bien que (trigo? semillas? tendré que preguntarlo); veíamos una tele en blanco y negro de esas de batería (como la de los coches, con sus pinzas y todo); mi abuela mataba un pollo especialmente para mi, hacía sopa con él y era gloria bendita (yo le llamaba pollo de verdad, y es que os aseguro que eso no sabe como el pollo del Eroski).
No sé si en el futuro ese cortijo caerá en manos de mi padre, en manos de algún hermano suyo o simplemente caerá... Pero si por mi fuera se mantendría en pie, es memoria de lo que ha sido mi familia y memoria de lo que ha sido esa tierra de olivos, cultivos y esfuerzo por mejorar.
Si alguien visita Sevilla, Rejano y El puerto de la Encina están a unos 80 km de la capital. Y si no os moveis de la capital podeis ir al Bar Rejano que es de mi tío y le deciis que os han hablado del lugar donde nació.
3 comentarios:
Que bonito post :') Me gusta que veas las cosas asi y no como las veo yo "al pueblo?? paso, es un rollo" jajaja.
muy bonita la historia del cortijo. Esperemos que quien lo herede sepa apreciarlo y lo conserve.
los pueblos molan, yo con el mío tengo una relación amor/odio impresionante, pero en el fondo me lo paso genial alli. Alli he crecido y me lo he pasado bomba..., incluso me empadronado para que reciba un poco más de dinero y por fin arreglen las calles xD
Publicar un comentario